XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Personajes en la
comida de Navidad 

Alfonso Pérez-Victoria, 17 años

Colegio Mulhacén (Granada)

Menudos encuentros familiares son las comidas de Navidad, en las que se juntan desde la tía abuela que vivió la Guerra Civil hasta el primo pequeño que no puede comer si no está viendo algún capítulo de “Peppa Pig” en el móvil de su madre.

Las comidas de Navidad no dejan de ser una jungla con una variedad de personajes apasionantes, cada cuál con su respectiva característica. Se suelen distinguir dos principales grupos en el comedor: la mesa de los niños y la mesa de los adultos.

La mesa de los niños es el patio de recreo para los primos y el infierno para los adultos, que destierran en la lejanía a hijos, sobrinos o nietos, a los que desean tener lo más lejos posible para no aguantar el alboroto propio de los juegos infantiles, pero a la vez no les queda otro remedio que vigilarlos de cerca por lo que pudiera pasar. En la mesa de los niños cabe separar a los pequeños y a los adolescentes, quienes tienen como objetivo principal saltar cuanto antes al siguiente nivel: la mesa de los adultos.

Una vez logrado el sueño de todo adolescente, que por fin forma parte de la mesa de los mayores, este se encuentra ante una nueva realidad: el que parecía el reino de la serenidad y de los mejores manjares (porque es en esa mesa donde se sirven “los platos gordos”) no es sino una selva repleta de peligros.

Están las abuelas y otros familiares de la tercera edad (depende del enramado del árbol genealógico), que son los elefantes, es decir, los más serenos del jolgorio, que lo mismo cuentan a viva voz la historia más sorprendente que controlan el ir y venir de las bandejas. Desde mi experiencia de primo que al fin ha encontrado un hueco en la mesa de los adultos, es el mejor lugar para cenar bien.

Por mero instinto, los primos que nos sumamos a esta mesa tendemos a colocarnos juntos, cuanto más lejos de nuestros padres mejor, lo que inevitablemente nos lleva a sentarnos al lado de la abuela o del verdadero genio, astro, mago de la comida de Navidad: el único mayor de edad que no tiene a sus hijos en la mesa de los niños porque estos son demasiado pequeños o porque sigue soltero a sus cuarenta tacos.

A ese personaje me gusta llamarle el cuñao, y debo confesar que él es quien me ha motivado a escribir este artículo, porque es vital para dar juego en una mesa en la que la media de edad sobrepasa los cincuenta años. Él es el león de la selva, el verdadero rey de la Navidad. Entre sus funciones, la de dar una cálida bienvenida a los primos mayores que nos incorporamos a la mesa, la de mostrarnos que los adultos no son tan aburridos gracias a su repertorio de chistes y de su control del refranero español. Él es la verdadera razón por la que marcamos ese día en el calendario.

Luego encontramos algunos comensales inesperados, como los amigos del tío solterón. Forman el “quinteto de cuñaos”, que puede llegar a ser peligroso si se pasan con el vino. También están el novio o la novia de alguna prima o primo, obligado a ganarse el respeto de la familia, empezando por la abuela. El novio y la novia tienen que ofrecerse para poner y recoger la vajilla, servir el agua, etc. Además, a ellos les cae el reto de enfrentarse a su mayor enemigo, el cuñao que va a enredarles con toda clase de bromas y chistes. Jugar el papel de novio (si es novia, el cuñao la respetará) es muy complicado: ha de defenderse ante sus ataques sin arriesgarse a perder el respeto de todos los demás. Así que es más que posible que en las próximas navidades no quiera aparecer.

Al final de la comida de Navidad no puede faltar los míticos: «Niños, haced un zafarrancho y recoged», o un «Dejadlo todo niquelado, anda», cuya autoría suele llevar la firma de mi padre. Tampoco, en el momento del café en la mesa camilla, la llegada de mi tía abuela con el costurero, donde esconde un paraíso de bombones y mantecados. 

Me encantan las comidas de Navidad, pues en la mesa se disfruta de la familia gracias a las anécdotas que cuenta la abuela, que me hacen replantearme si su generación es mejor que la mía, a la natural conexión entre los primos, a las charlas de política en la que los adultos acaban acalorados.