XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La vida en los callejones 

Javier Carreño, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

Fígaro era un gato astuto, observador, chismoso y metido en carnes. Avanzaba a paso ligero por los tejados de la ciudad, superando los obstáculos a grandes saltos, como si le pudiera la curiosidad ante algo que estuviera escondido a lo lejos. Por detrás de una chimenea, le salió al paso un gato negro de ojos verdes como esmeraldas. Estaba inquieto. Fígaro descubrió el motivo: en un callejón había un perro que parecía aguardar a que el felino bajara, quizás para cobrarle alguna cuenta.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó Fígaro amablemente. 

El gato negro no se molestó en contestarle. Parecía dispuesto a lanzarse sobre el perro. 

Fígaro habló más fuerte, interrumpiendo la mirada del felino, que se volvió hacia él.

—Acude al tejado de enfrente y pide ayuda. Di que vas de parte de Raco –le pidió.

Fígaro tuvo unos momentos de duda antes volverse, para dar un brinco hasta el tejado vecino.

–¿Quién conoce a Raco? –voceó.

Cerca de dos decenas de sucios y peludos gatos se asomaron entre las basuras. Fígaro explicó:

—Un tal Raco necesita ayuda en el callejón de enfrente.

Los mininos salieron de sus escondites, dejando atrás a Fígaro, para acudir a la urgente llamada.

Raco y el perro estaban más cerca el uno del otro cuando Fígaro, junto a sus demás congéneres, se colocó detrás de el gato negro. Al chucho también le acompañaban algunos perros callejeros. La mirada que se cruzaban los contrincantes era tensa. Los perros que habían acudido a socorrer a su colega encogían los belfos, para mostrar su afilada dentadura.

Raco dio un paso, y entre gatos y perros comenzó una terrible pelea, una suma de arañazos y mordiscos. Poco a poco, los mininos ganaron ventaja. Cuando apenas quedaban fuerzas en ninguno de los dos bandos, el chucho que había originado la pelea se retiró. Le siguieron sus fieles guerreros y los gatos tomaron el callejón. 

Cuando todo volvió a la calma, Fígaro se dispuso a volver a su casa. Había doblado la esquina de la calle cuando escuchó su nombre. Era Raco, que le llamaba para ofrecerle un banquete junto a los suyos. El gato rechazó la invitación, pero Raco insistió y no tuvo otra que acompañarle. 

Horas más tarde, después de la comida, Raco le propuso: 

—¿Quisieras formar parte de nuestro grupo?

Fígaro, que no tenía familia ni amigos, y que sus mañanas se reducían a observar lo que ocurría en aquel barrio, no tardó en aceptar la propuesta con una sonrisa en el hocico. Los que iban a ser sus colegas le indicaron que agachara la cabeza. Fígaro obedeció sin decir palabra, se inclinó hacia Raco y éste pronunció una fórmula de bienvenida: 

Yo, Raco, juro proteger a éste gato como a uno más de la familia Fur. A partir de este momento, recibirás el tratamiento de agente municipal, con el rango de espía. 

Todos, incluido Raco, comenzaron a maullar con alegría.

Así fue como Fígaro inició una nueva vida en los callejones.