XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La partida de cartas 

Almudena Murcia, 16 años

Colegio Altozano (Alicante)

Ya había anochecido, pero ellos seguían todavía en la oficina, enterrados bajo una montaña de papeles. Les habían delegado un proyecto que contenía errores y lagunas de información, lo que les había obligado a pasar la tarde entera revisándolo. 

Lilian y Daniel habían sido buenos amigos de adolescentes, pero debido a que estudiaron en distintas universidades perdieron el contacto. Sin embargo, la casualidad había querido que fueran empleados en la misma empresa. Aquel era su primer proyecto juntos. Desde que se encontraron de nuevo, las únicas palabras que se habían dirigido estuvieron vinculadas al proyecto. 

Lilian se consideraba una chica de mundo. Había estudiado la carrera que quería en una buena universidad, y por fin trabajaba en una gran empresa, en un buen puesto y a cambio de una buena remuneración. Pero, a pesar de que estaba feliz con su vida, no podía evitar sentir nostalgia por sus años de adolescencia. 

Una noche de lunes, mientras ordenaba papeles, su cabeza no hacía más que desviarse hacia los recuerdos que le avivaba la presencia de su compañero. Había sido un día estresante. Después de tres cafés, llevaba su melena castaña recogida en un moño sujeto con un bolígrafo. En sus ojos grises el cansancio era palpable. Exhaló un suspiro y rodó con su silla cerca de su compañero.

–¿Te acuerdas del trabajo que nos pidió el profesor de filosofía?

–¿Qué? –preguntó Daniel confundido, levantando la mirada de su mesa.

–Tu y yo nos quedamos en la biblioteca para terminarlo, pero acabamos hartos y terminamos jugando a las cartas en el suelo. 

–¿Te refieres al primer trabajo que hicimos, con el que nos hicimos amigos? 

–¡Ese mismo! –asintió Lilian con la cabeza. 

–Pues ahora que lo dices… La verdad es que estamos en una situación parecida a la de entonces. 

–Por cierto, ¿te acuerdas cuando formamos un grupo en la asignatura de valenciano? Teníamos que rodar un vídeo y acabamos todos en mi casa jugando, al Just Dance.

–Sí –Dani soltó una carcajada–. Lo pasamos genial. 

Después hablaron de las tardes de verano en las que se juntaba todo el grupo para retarse en juegos de mesa. Y cuando se acercaban al cabo para bucear y luego se tumbaban al sol, entre conversaciones, risas y música. Recordaron los momentos en los pasillos del instituto y entre clases, cuando echaban partidas al tres en raya. También la asignatura de educación física, cuando tocaba correr y ellos dos siempre iban los últimos, porque Lilian se quedaba sin aire enseguida y Daniel la acompañaba.

Luego pasaron a ponerse al corriente, el uno al otro, acerca de su etapa universitaria, esos años que pasaron sin comunicarse. Y, por último, repasaron a cada uno de los integrantes del grupo del instituto y lo que sabían actualmente sobre ellos, llegando a la conclusión de que debían quedar todos de nuevo.

Pasaron horas hablando, y dejaron de lado el proyecto. Se sentían como si de nuevo tuvieran diecisiete años. 

–No llevarás una baraja de cartas contigo, como era tu costumbre, ¿verdad? –le preguntó Daniel guiñándole un ojo.

Lilian le dedicó una sonrisa sarcástica antes de decirle:

–No sería yo si no la llevase; es mi marca personal.

Compartieron una carcajada.

–¿Echamos una partida? ¡Por los viejos tiempos!

Se sentaron en el suelo.

–¿Quieres perder? –le retó Lilian mientras sacaba el mazo de cartas del bolso.

–Eso habrá que verlo. Venga, reparte.