XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La partida al Scrabble 

Blanca Alonso, 18 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Hacía un tiempo que echaba de menos la fluidez de las palabras en su mente, la facilidad con la que habitualmente le surgían, de modo que apenas le costaba llenar en una sola tarde una, dos y hasta tres páginas en blanco con su escritura. Lo echaba de menos porque, desde hacía unos meses, cada vez que se enfrentaba a su libreta acababa bajo los efectos de la frustración.  

Aquella tarde, como todos los jueves, se dirigió a visitar a sus abuelos. De camino, observó el bullicio de la calle en busca de alguna historia.

–¡Hola! –saludó al abrir la puerta con una llave–¡Ya he llegado! 

Se dirigió al dormitorio principal.

–Hola, bonica. Ven, ven, siéntate. Estamos jugando al Scrabble –le informó su abuelo con una mirada afable.

–Ya que se te dan tan bien la lectura y la escritura, empieza tú desde el principio y así nos das algo de ventaja, que nosotros estamos un poco oxidados –le propuso su abuela, invitándola a tomar asiento con unas palmaditas en el sofá. 

–¡Ja! Hablarás por ti, espero –le rebatió su esposo–. Yo estoy como una rosa.

–¿Estáis seguros? –les preguntó la nieta con fingida superioridad–. Os voy a machacar. 

Se metieron de lleno en la partida. Poco a poco se fue tejiendo un ambiente cargado de carcajadas y galletas.

–¿Qué te ocurre?

La muchacha, contrariada, alzó la cabeza y miró a su abuela.

–¿A mí?

–Sí.

–Nada, que yo sepa, yaya. ¿Crees que me ocurre algo? 

–Tu abuela tiene razón; estás diferente.Cuando jugamos al Scrabble siempre compones esas palabras tuyas, tan cultas. Sin embargo, hoy no has hecho más que utilizar un vocabulario coloquial, y eso que pareces muy concentrada.

–¿Habéis descubierto, por cómo juego, que tengo la mente en otro lugar? –les inquirió sorprendida.

–¿Qué quieres? Te conocemos muy bien, Maqui. 

–Vale, abuelo… La verdad es que últimamente estoy falta de inspiración. Desde hace semanas mi boli apenas ha tocado la libreta. Y parece que dicha falta se ha extendido al juego –reflexionó en voz alta, tratando de restarle importancia.

–Déjame hacerte una pregunta –la yaya entrecerró los párpados–. ¿Qué haces cuando vas por la calle?

–Ay, no sé… Caminar. No cruzar en rojo. Si es de noche mirar arriba, por si me encuentro alguna estrella…

–¿Y ya está? –resumió su abuela, que comprendía por dónde iban los tiros–. ¿Es que no miras el móvil?

–Mmm…, no. Normalmente no.

–Qué raro –el abuelo murmuró para sí.

–También escucho música porque me regalaron unos auriculares inalámbricos. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto? –inquirió. Deseaba que dejaran de insistir en el asunto.

–¿Música? ¡Ahí reside el problema! –la abuela chascó la lengua contra el paladar–. Y tiene todo que ver, Maqui.

La chica se preparó para lo que creía iba a ser una charla sobre el ruido constante que acompaña a los adolescentes, sobre el miedo al silencio.

–A ver, y por qué –dijo escéptica.

–Dínoslo tú. ¿No te das cuenta de que no escribes desde que escuchas música a todas horas?

–Pero una cosa no tiene por qué guardar relación con la otra.

–Claro que lo tiene –intervino el abuelo–. Al distraer al cerebro, este no tiene capacidad para imaginar, para crear historias.

–¿Tú crees?

–No lo creo, lo sé. ¿Verdad, cariño? 

La yaya asintió con la cabeza y dijo:

–Macarena, te lanzamos una propuesta: apaga los auriculares durante las próximas cuatro semanas. Y si no te puedes resistir, que la música sea clásica y sin letra. Ya nos dirás si te vuelve la inspiración. 

Macarena aceptó el reto. Pasó una hora más con sus abuelos y volvió a su casa con los cascos en el fondo de su mochila.

Así transcurrió todo un mes hasta que un jueves, de nuevo en casa de sus abuelos, les mostró la libreta:

–Abu, yaya, he de deciros que dudé del resultado de vuestra propuesta, pero compruebo que teníais razón. Aquí podéis ver siete páginas repletas de ideas.

Les tendió el cuadernillo.

–¡Enhorabuena! –la alabaron al unísono y continuó la abuela:– Has aprendido dos cosas.

–¿Cuáles son?

–Que los auriculares te robaron la inspiración y que tus mayores siempre tienen razón –concluyó con fingida altanería.

–¡Ja, ja, ja…! Si tú lo dices.

–La duda ofende –contratacó, llevándose la mano al corazón en un gesto dramático.

–No te ofendas –le guiñó un ojo–. ¿Me aceptáis una nueva partida de Scrabble