XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La mudanza 

Santiago Soler Lavalle, 14 años

Colegio El Prado

Cuando Pablo llegó a casa, se encontró con su familia en el comedor. Pablo se extrañó, dado que aquello sólo ocurría cuando sucedía algo importante. Sin atreverse a preguntar, dejó sus zapatos en la puerta y se sentó en la única silla que quedaba libre.       

–¿Puedo saber qué ocurre?

–Le han ofrecido un nuevo puesto de trabajo a papá –le respondió su hermano mayor con tristeza, mientras acariciaba la cabeza de su perro.

Pablo no comprendió dónde estaba la tristeza; un cambio de trabajo siempre es una buena noticia. Pero, de pronto, se acordó de Jacobo, uno de sus amigos de la infancia, que tuvo que mudarse a otra ciudad a cuenta de un nuevo destino laboral para su padre, y al que por esa circunstancia no había vuelto a ver.

–¿Dónde está ese trabajo? –le preguntó a su padre con un nudo en la garganta.

–En La Coruña –le respondió con una leve sonrisa–. Allí se encuentra la sede de Inditex.

–¿Vas a trabajar en Inditex? –volvió a preguntar.

–Sí, hijo. 

Pablo y sus hermanos apenas hablaron durante el resto de la cena, concentrados en lo que suponían que iba a ser su nueva vida. No eran capaces de aceptar un futuro lejos de su amigos y familiares, del colegio, de la ciudad de Madrid y de todas las circunstancias de las que disfrutaban en la capital. 

–Galicia es un lugar magnífico –proclamó su padre, tratando de animarlos–: mar, playas, verde, excursiones y una gente muy amable. En seguida haréis nuevos amigos.

–Además, nos han hablado de un colegio en el que seréis muy felices –remachó la madre.

Pablo se fue a la cama antes que de costumbre. Sin embargo, no lograba conciliar el sueño; daba vueltas y más vueltas sobre el colchón, al tiempo que consideraba que aquella mudanza iba a obligarle a despedirse de mucha gente a la que quería. 

«No quiero marcharme», se dijo entre lágrimas.

Fue a la semana siguiente cuando su padre les comunicó el día en el que tendrían que partir.

– Será en dos semanas –les anunció en el desayuno–. Pero alegrad esas caras, porque volveremos a Madrid de vez en cuando.

Cuando Pablo se quiso dar cuenta, solo les quedaba una noche en aquella casa. Habían pasado las dos semanas preparando todos los muebles y enseres de la casa, para trasladarlos a La Coruña. Aquel día solo tuvieron que organizar los últimos paquetes y cajas antes de su marcha.

Eran las once de la mañana cuando el coche se puso en camino. Pablo observó a través de la ventanilla las calles de su barrio. Con pesar, soltó un suspiro.

Un mes después, durante otra cena familiar en otra vivienda y en otro lugar, reconoció en voz alta:

–Me gusta vivir aquí.

Aunque vivían en La Coruña, mantenía el contacto con sus amigos de Madrid, a los que había añadido nuevos amigos que había conocido en su nuevo colegio. Además, se había dado cuenta de que lo importante de un hogar no es la casa donde uno viva, sino junto a quién la vive. 

–No hay que tenerles miedo a los cambios –le confió a su madre–, y menos si estamos rodeados de gente que nos quiere.