XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La estrella 

Gabriela Lara, 15 años

Colegio Santa Margarita (Lima, Perú)

Levantó la mirada hacia el cielo. 

«¿Por qué en este pueblo no hay estrellas?» se preguntaba cada noche al acostarse.

A sus catorce años, Maia era una niña astuta y curiosa. No había día que no ojeara el diario en busca de alguna enseñanza. 

Una mañana el repartidor de periódicos tocó a su puerta. Maia le entregó los centavos que le correspondían y se sentó a leer las noticias. En aquella ocasión descubrió un reportaje que hablaba sobre lo bonitas que son las estrellas. Se quedó confundida, pues nunca había podido contemplarlas. Por ese motivo, a partir de aquella mañana de verano, Maia se propuso investigar. Lo único que tenía claro era que los astros solo aparecen de noche, que brillan desde lejos y que son hermosos. Ansiaba descubrir aquella belleza natural.

Pasó el tiempo. Una noche de invierno en la que se encontraba trabajando en el huerto familiar, apareció su padre para avisarle de que la cena estaba lista.

Apenas entró en su hogar, se dirigió a la habitación de su madre. Esperó encontrarla leyendo algún libro. Sin embargo, no había rastro de ella por toda la casa. 

—¿Mamá? –repetía Maia sin obtener respuesta alguna. 

Sobre la mesita de noche encontró una cajita de madera que nunca había visto. En la tapa llevaba grabada una palabra del revés. 

«¿Qué dice?», se preguntó a sí misma antes de esforzarse por encontrarle un sentido y leer en voz alta lo que decía: —Maia… ¡Dice Maia!

Abrió aquel objeto y un destello cegador iluminó su cara. En su interior había una carta atada con un lazo dorado. Sin titubear, lo desanudó y comenzó a leer:  

“Querida Maia, es hora que conozcas tu historia.

Eres una estrella que forma parte del cúmulo abierto de las Pléyades, en la constelación de Tauro, que está entre los cúmulos estelares más cercanos a la Tierra. Es el grupo de estrellas que mejor se contemplan en el cielo nocturno.

Las Pléyades eran las siete hermanas, que se convirtieron en las siete estrellas más bonitas del cielo del invierno. Tú, por tanto, serás la séptima, la más hermosa.

¿Te acuerdas de aquel brazalete que te dije que nunca te quitaras? Es tu llave al firmamento. Si no lo pierdes, llegarás a ver las hermosuras del cosmos. 

Tu abuela, Estela”.

Maia bajó la mirada hacía su pulsera, en la que tenía grabada la palabra “Tauro”. Se la había legado su abuela antes de fallecer. Ella le pidió que nunca se la quitara. Desde entonces, aquel brazalete la acompañaba a todos los lugares.

La muchacha se dirigió a la terraza y alzó la mirada al cielo. Por vez primera, vio la bóveda celeste repleta de luceros. Eran los astros más hermosos que nunca hubiera podido imaginar. Entonces, la carta de su abuela Estela se le desprendió de la mano. Maia alcanzó a agarrarla antes de saliera volando hacia la intemperie. De pronto, se fijó en algo que había escrito en el envés del pliego y que aún no había leído:  

<<Las estrellas no solo se ven con los ojos, también con el alma>>.

En cuanto levantó la mirada, se encontró, muy lejano, un punto intenso de luz. 

—Esa es tu estrella, abuela.

Y sonrió.