XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La espera 

Mikel Segovia, 15 años

Colegio Munabe (Vizcaya)

Verano. Madrid. Una parada de autobús. Un señor de avanzada edad, con poco pelo y un bastón en la mano estaba sentado, a la espera de la llegada del transporte público. En el otro extremo del banco se encontraba una joven de melena rubia, embarazada, que también aguardaba la llegada del autocar. Ambos llevaban mucho rato en la marquesina. El hombre estaba tranquilo pero a la mujer se le notaba cansada. El anciano trataba de imaginarse qué le tendría que estar pasando para mostrarse tan alicaída. Caviló que quizás no le iban bien las cosas en el trabajo, que tendría problemas económicos o alguna dificultad familiar. Como quería descubrir el motivo, con una sonrisa se dirigió a ella:

–Buenos días, joven. ¿Esperando?

–Sí, a que llegue el 114.

–Yo también; qué casualidad.

Pasaron unos segundos de silencio. El anciano se fijó en sus rasgos faciales. Era muy guapa. Él, que llevaba muchos años a la espalda, recordó que un día se casó con una mujer también muy bella. De pronto, se dio cuenta de que estaba encinta.

–Perdone mi indiscreción, pero, ¿está usted embarazada?

–Sí, lo estoy.

–Felicidades. ¿Y de cuántos meses?

–De siete y medio. Eso es, de siete meses y medio.

–¡Qué alegría saberlo! Su familia debe de estar muy contenta, ¿no?

Aunque ella no le respondió, no se dio por vencido.

–¿Tiene usted padre? –volvió a la carga.

–Sí, lo tengo –respondió con una sonrisa forzada.

–¿Y le ha contado que va a ser abuelo?

–Sí, mi esposo y yo se lo hemos contado.

–¿Y cómo reaccionó? 

–Se puso contento, pero cada vez que le veo se lo tengo que decir de nuevo.

–¿Por qué? –inquirió sorprendido.

–Mi padre está enfermo desde hace muchos años. Ya sabe, se le olvidan las cosas.

–Vaya, qué pena.

El señor dio por terminada la conversación. Mientras tanto, cayó en la cuenta de que llevaba demasiado tiempo al aguardo del dichoso autobús. De pronto recibió una cálida caricia en el rostro y dirigió su mirada hacia el sol. Agradeció aquellos rayos. Le gustaba pensar que el sol siempre le acompañaba, pues disfrutaba del calor que transmite, aunque cayó en la cuenta de que no recordaba cuándo fue la última vez que se detuvo a apreciarlo, y eso le hizo agradecérselo aún más. Sus oídos se distrajeron con el cantar de los pájaros y sus ojos se dirigieron a las altas torres erigidas ante la marquesina. Trató de imaginarse cómo pudo ser aquel lugar antes de que existieran esos edificios. Una vez acabado el recorrido, su mirada volvió a la muchacha. De nuevo pensó que era muy guapa, y le volvió a conmover el cansancio en su expresión. Ella lo miró y él se estremeció ante su expresión compasiva, tierna y bondadosa.

–¿A dónde va?

–Al centro. He de comprar ropa para cuando nazca el bebé.

–¿Va a tener un bebé?

–Sí, voy a tener un hijo.

–¡Qué alegría! ¡Felicidades!

–Muchas gracias.

–Resulta que yo también voy al centro; o eso creo.

La mujer fue a hablar de nuevo, pero apareció el autocar por la rotonda. Una vez se detuvo en la parada, el anciano se asombró ante aquella maravilla de transporte público. Creyó que nunca había visto una máquina como aquella. Se fijó en las ruedas, en los ventanales y demás detalles. Estaba ensimismado. 

–Vamos, papá –le dijo la mujer–. Tenemos que subir.