XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

El hurto 

Blanca Alonso, 18 años

Colegio La Vall (Barcelona)

La plaza era un hervidero de actividad, lo que resultaba una bendición para ella, pues así sus actos pasarían desapercibidos. No obstante, unos gritos rasgaron el aire y la instaron a huir. Corrió, sorteando los grupos de gente, los carros y los puestos del mercado, hasta que logró escurrirse por las laberínticas callejuelas del centro de la ciudad. 

Se detuvo entre jadeos, apoyándose contra una pared, mientras una gota de sudor frío le recorría la espalda. De improvisto, alguien le agarró por detrás de los brazos. Aunque trató de zafarse, unos fríos dedos le apretaron la nuca y se desvaneció.

***

Recuperó la consciencia mediante un incómodo chirrido en los oídos. Apenas notaba sus agarrotadas extremidades. Desconocía en dónde se encontraba, hasta que distinguió unas voces graves que, poco a poco, desbloquearon algunos de sus recuerdos: su familia, la plaza, el mercado, las frutas, los gritos, las callejuelas, la presión contra su cuello...

Mariana parpadeó y sus ojos se ajustaron a la penumbra. Distinguió la forma oscura de la celda al tiempo que la realidad se filtraba a través de su mente confusa. Estaba sentada sobre un jergón raído. Una de sus manos, aún temblorosa, se deslizó por el bolsillo donde había escondido el botín. La certeza de su delito emergió con una pizca de miedo. Se preguntó si había hecho bien en obrar en contra de la moral, por un bien mayor.

Escuchó unos pasos. El alcaide y sus agentes aparecieron por detrás de los barrotes. La interrogaron. Mariana relató su versión de los hechos. Sin embargo, los oficiales no daban crédito a sus palabras, pues a primera vista parecía una muchacha de alta alcurnia, bien vestida y educada. Entonces ella se explayó en el por qué de su precipitado hurto: 

Tras la guerra, en la que su padre y su hermano perdieron la vida, su familia quedó al borde de la ruina. Un día, recibieron una carta de la tía abuela de la muchacha. Por carecer de familia directa, había nombrado a Mariana heredera de su abundante fortuna. Para que se pudiera hacer realidad aquella herencia, solicitaba que la muchacha se trasladara a vivir con ella hasta el día en el que le alcanzara la muerte. La desconsolada viuda no dudó en aceptar, pues de ese modo se aseguraba la manutención de su hija. Esta, a su vez, consideró que desde sus nuevas circunstancias estaría en posición de ayudar a los suyos. No obstante, desconocían el duro carácter de su pariente, que no le toleró que enviara una sola cantidad de dinero a los suyos. Fue aquella prohibición la que le impulsó a la chica a llevar a cabo el acto de vandalismo del que la acusaban. 

La sorpresa quedó patente en los rostros de los oficiales, que le anunciaron a la muchacha su obligación a enviar una carta a su anciana pariente para que pagara la multa que correspondía al hurto, ya que ella no había alcanzado la mayoría de edad. 

Mariana esperó con ansia la respuesta de su tía, temerosa de su reacción.

Al fin llegó un mensaje. La anciana se mostraba implacable. No solo hizo oídos sordos a las peticiones de clemencia por parte de su sobrina, sino que exigió que la castigaran severamente. 

Mariana, entre lágrimas, reflexionó sobre la incertidumbre que pesaba sobre su futuro. La preocupación por su madre y sus hermanos la ofuscaban más si cabe. ¿Cómo iba a poder ayudarlos? Poco a poco una nueva idea fue tomando forma en su cabeza: en cuanto le fuera posible, cogería todo aquello que encontrara de valor en la mansión de su tía abuela. Se haría también con el máximo dinero que pudiera. Esa misma noche se escaparía junto a su familia. Sí, huirían de las inclementes garras de su parienta. 

El miedo se fue sembrando poco a poco en su mente. Sin embargo, ¿qué otra opción tenía? Ante el sonido de las llaves en la cerradura, que iba a devolverle a la libertad, decidió trabajar en aquel plan. Iba a ponerlo en marcha. Tenía que hacerlo.