XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

El fondo de pantalla 

Javier Delgado, 15 años

Colegio Tabladilla (Sevilla)

Álvaro no llegó a conocer a su padre. Este murió en un accidente de tráfico cuando él era un bebé. La única foto que conservaba era la del día de la boda con su madre, pero evitaba verla, pues le traía la dolorosa ausencia del padre que podría haber tenido.

Su madre no llegó a superar la pérdida de su marido. Muchas noches ahogaba sus penas en la bebida. Álvaro y sus hermanos hacían lo que podían para consolarla, pero eran demasiado pequeños para tomar decisiones drásticas. 

Una noche, iba a acostarse cuando su madre le pidió que sacara la basura a la calle. Cumplió el encargo de mala gana, murmurando a cuenta de si sus hermanos colaboraban o no en las tareas del hogar. Como quería meterse en la cama cuanto antes, una vez salió del portal cruzó la calle antes de llegar al paso de cebra. La luz cegadora de los faros de un coche se sumó al chirrido estrepitoso de unos frenos. Desde el salón, su madre escuchó el golpe, al que siguió un incómodo silencio.

Álvaro abrió los ojos. Un hombre se asomaba sobre su cabeza. El chico no lograba enfocar la mirada. Le dolía la espalda a causa del impacto, así como las manos y las piernas, con las que había suavizado la caída en un acto reflejo. El hombre le ayudó a levantarse. A Álvaro aquel rostro le resultó familiar.

-¿Te encuentras bien? 

-Sí... ¿Qué me ha pasado?

-Te ha atropellado un coche. El malnacido que conducía, seguramente borracho, ha pasado de largo, sin molestarse en comprobar si estás herido -le explicó.

-Gracias por ayudarme -le sonrió.

-Debes tener cuidado; en un accidente perdí a mi mujer y a mis tres hijos  -le dio a conocer con un deje de tristeza.

Álvaro se sintió incomodo. No sabía qué decir.

-Bueno, adiós, Álvaro –le tendió la mano–. Dile a tu madre que no os he olvidado.

En un instante, el tipo se esfumó. Álvaro, todavía en mitad de la calzada, le vio desaparecer entre las sombras. Quería saber por qué sabía su nombre y de qué conocía a su madre, pero era demasiado tarde.

Una ráfaga de dolor le recorrió la espalda. Cerró los ojos con fuerza, intentando que se le pasara. Al abrirlos, distinguió a dos personas vestidas de blanco. Volvió a perder el sentido. Cuando se despertó, estaba acostado en una cama. Su madre se encontraba junto a él. Intentó incorporarse, pero no pudo. 

-¡Estás despierto! Menos mal… ¡Qué susto me has dado! 

-¿Por qué estamos aquí? -preguntó Álvaro.

Su madre le contó lo sucedido: 

–Hijo, tuviste un accidente. Llevas dos días inconsciente. 

–¿De verdad? -no salía de su asombro.

–¿Recuerdas que te mandé a que tiraras la basura? Escuché un golpe –relató con la voz temblorosa–, me asomé a la ventana y te vi, tendido en mitad de la calle. Entonces llamé a una ambulancia. Los médicos no se explican cómo no te has roto un solo hueso. 

En la mente de Álvaro apareció el hombre al que había visto. Se lo contó a su madre. 

–¿Qué tontería es esa? –allí no había nadie.

Sonó un móvil.

–Toma –le tendió el teléfono–. Son tus hermanos, que preguntan por ti. 

Álvaro se fijó en el fondo de pantalla, en el que aparecía una fotografía de su padre. No tenía dudas de que aquella era la persona con la que había hablado.

El accidente ayudó a cambiar las cosas: la madre de Álvaro se propuso dejar de beber, y sus hijos, de forma más o menos consciente, se plantearon la vida como una oportunidad, a pesar de las dificultades.