XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

El destino de Víctor Crom 

Nicole Valencia, 16 años

Colegio Santa Margarita (Lima, Perú)

Tras el manto de nubes, una tenue luz iluminaba el despertar de la ciudad. La avenida principal se encontraba repleta de transeúntes. Algunos hablaban por teléfono, otros conversaban con su acompañante. Entre aquella multitud destacaba un hombre alto y delgado, que portaba una maleta. Tenía la mirada fija en el piso y caminaba con lentitud, como si algo le impidiera avanzar. Mientras los demás parecían tener un destino, él lo había perdido.

Se llamaba Víctor Crom y administraba una de las compañías más importantes de la ciudad, de la que su padre, Otto Crom, era el dueño. Otto se había encargado de persuadir a su hijo para que siguiera sus pasos, para, así, convertirlo en su heredero. Hasta entonces, Víctor, que era inteligente y hábil en los negocios, había disfrutado de una vida cómoda y un futuro prometedor, pero no era feliz, pues se sentía frustrado al no cumplir las altas expectativas que su padre tenía puestas en él. De hecho, Otto insistía en que su hijo no demostraba la madurez necesaria para tomar decisiones. No sabía que Víctor dudaba si la empresa familiar era el camino que quería seguir durante el resto de su vida. Le reconfortaba pensar que, tal vez, algún día su padre podría sentirse orgulloso de él. 

Una noche, Otto lo llamó a su despacho para informarle de una importante noticia:

–Ha llegado el momento de que te hagas cargo de la empresa.

Víctor no logró conciliar el sueño. 

Otto había previsto que, a la mañana siguiente, su hijo partiera a Miradu (en donde iba a tener que fijar su residencia), una ciudad al este del país, pues allí se encontraba la sede principal de la firma. 

Esa era la razón por la que, como si le costase caminar, Víctor avanzaba por la congestionada avenida principal. Era un hombre solitario que arrastraba una maleta… y una pesada carga. Caminaba abstraído en sus pensamientos. No le gustaba la idea de mudarse. En sus manos llevaba el pasaje de avión que le conduciría a Miradu y un sobre con dinero para pagar las cuentas del viaje. 

Tomó un taxi hacia el aeropuerto. Llegó a la terminal, descendió del vehículo, tomó la maleta y surcó las puertas giratorias de la entrada. Iba a entregar su boleto a la azafata de tierra, cuando le recorrió un escalofrío al darse cuenta de que ni el pasaje ni el sobre con el dinero se encontraban en su bolsillo. 

–Disculpe –le dijo a la señorita antes de echar a correr hacia la calle, con la esperanza de encontrar al taxi que lo había transportado desde la ciudad. Pero el taxi se había marchado.

Sintió que su vida se derrumbaba. No tenía valor para volver donde su padre para reconocerle que su primera gestión, trasladarse a la sede, había sido un fracaso. Tenía que encontrar una solución. 

Echó a caminar por los alrededores del aeropuerto. Tras vagar por el barrio se halló, de pronto, en una bella alameda. Un restaurante llamó su atención porque, entre otras cosas, no tenía un solo comensal. Entró, tomó asiento en una mesa y un camarero viejito lo recibió amablemente, tomó su orden y se marchó a la cocina. Al desviar la mirada, Víctor descubrió un piano de cola al fondo del comedor.

No pudo evitar sentarse y acariciar las polvorientas teclas. Hacía mucho tiempo que no tocaba un instrumento como aquel, pues al concluir la universidad dejó de hacer muchas de las cosas que le gustaban, para centrarse en cumplir las órdenes de su padre. El piano era una de ellas, a pesar de que en la música había volcado muchos años sus heridas y alegrías interiores.

Deslizó los dedos por el teclado y pulsó una nota clara. Sumó otras, que transmitieron un dulce sentimiento. Poco a poco, la sala se fue llenando de curiosos que pasaban frente al restaurante. Al finalizar la pieza y tras un breve silencio, el público estalló en aplausos. Víctor se sintió muy feliz. Por fin comprendió cuál era su destino. 

A partir de entonces, utilizó aquel don para ganarse la vida.