XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

De contratiempo
en contratiempo 

Juan Prados, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

Pablo tenía tanta prisa que salió de su casa dando un portazo. Bajó al garaje y se puso al volante del coche de su padre. Su primo pequeño iba a celebrar su primera comunión y él iba a ser el único representante de su familia, pues sus padres se encontraban de viaje. Primero fue a por Ana, su novia, a la que había quedado en recoger a las doce menos diez. Sabía que a las doce comenzaba la misa, y las doce era la hora que aparecía en el salpicadero.

Ana subió al coche. Debían pasar a recoger la tarta de la celebración y comprar unas bolsas con hielo. Por último, antes de presentarse en la iglesia, Pablo tenía previsto detenerse en la casa de su abuelo para elegir una corbata. 

La ceremonia había empezado hacía diez minutos... 

Pablo no se fijó que el lugar donde estacionó el coche estaba reservado para los conductores minusválidos. Al salir de la pastelería, unos viandantes le informaron de que la grúa municipal se lo había llevado. Ante semejante contratiempo, la tarta cayó de sus brazos al asfalto.

Ana se ocupó de recuperar el automóvil mientras Pablo compraba otro postre. El deposito municipal estaba cerca. En cuanto Ana apareció al volante, se dirigieron a por los hielos. Habían pasado más de veinte minutos desde el inicio de la ceremonia.

Compraron diez bolsas de hielo y las cargaron en el maletero. De la misma, se dirigieron a la casa del abuelo. Tenían claro que no iban a llegar a la misa. 

Era la una menos veinte cuando llamaron al timbre. En cuanto María, la cocinera, les abrió, Pablo subió de dos en dos los escalones hasta el cuarto del abuelo, que estaba sorprendentemente desordenado y sin ventilar. Comenzó a rebuscar entre los armarios y dio con una colección de corbatas de todos los colores y texturas. Eligió una que su abuelo reservaba para ocasiones especiales. Se la anudó y, sin darse un respiro, partieron hacia el restaurante de la celebración. Había sonado la una en el reloj del salón.

El tráfico se aglomeró cuando apenas estaban a un par de kilómetros del lugar. Pasaron diez minutos detenidos en el atasco, hasta que los vehículos volvieron a avanzar, esta vez muy despacio. 

A la una y media de la tarde alcanzaron su destino. Bajaron del coche y entraron en el comedor. No había nadie.

Ana y Pablo se miraron mutuamente. Las mesas estaban sin poner y las luces apagadas. Pablo tomo el móvil y marcó el número de su abuelo, en busca de alguna explicación. Le preguntó dónde se hallaba todo el mundo.

–Pues dónde van a estar –le respondió sorprendido, con voz somnolienta, como si se acabara de despertar–. Cada cual en su casa, supongo, como yo.

El muchacho dudo si los confundidos eran ellos dos. No fue grata la sorpresa que se llevó al escuchar en voz de su abuelo que la primera comunión iba a celebrarse al día siguiente.