XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Cuando marquen las doce 

Marc Muñoz, 17 años

 Liceo del Valle (Guadalajara, Jalisco. México)

La alarma despertó a Paco a las seis de la mañana, rompiendo la quietud de la habitación. Salió de la cama con la pesadez de quien abandona un mundo de sueños, estiró las sábanas y se refugió en el consuelo de un vaso de agua fresca antes de sumergirse bajo la ducha. Cuando por fin logró avivar sus cinco sentidos, se sentó en el comedor y fijó la mirada en el reloj de pared, cuyas manecillas parecían moverse con la lentitud del destino inevitable. Desayunó las delicias que le había preparado su madre y partió hacia el colegio, con el único anhelo de que el reloj diera las doce.

Las animadas conversaciones y las risas de los compañeros bullían en el patio del colegio. En la primera clase, el profesor anunció un proyecto que despertó la creatividad de Paco. Durante el recreo, marcó un gol que desató la alegría de su equipo, y en el almuerzo compartió anécdotas y carcajadas con sus amigos. Las horas fueron pasando llenas de aprendizaje, camaradería y momentos felices. Sin embargo, de cuando en cuando Paco sentía un pellizco de inquietud al pensar en el reloj del comedor de su casa, cuyas manecillas parecían moverse con la lentitud de una tortuga en reposo. Cada tictac resonaba como un eco en su mente, recordándole su único deseo: que llegaran las doce. Anhelaba ese momento con una intensidad que lo consumía, como si todas las emociones acumuladas fueran a estallar en ese instante. Anhelaba que el tiempo se acelerara, que la medianoche llegara lo antes posible.

Cuando salió del colegio se encontró con su abuelo junto al portón. Llevaban meses sin verse. Sorprendido, acudió a abrazarlo. Después el abuelo lo llevó a tomar un helado y a pasear por el parque. Al anciano le sorprendió que su nieto le preguntara de manera insistente por la hora.

–Pero –le dijo el abuelo, confundido:–, ¿tienes que estar en algún lugar a una hora concreta?

A lo que Paco respondió:

 –No, pero quiero que sean las doce.

–Está bien, Paco, alguna razón tendrás, pero si quieres mi consejo, escucha: aprende a disfrutar el momento. Llevo meses sin verte y por fin podemos estar juntos.

Se sentaron en una banca desde la que contemplaron un lago por el que nadaban los patos. Allí platicaron hasta que se despidieron para que cada uno regresara a su casa. 

–Tu felicidad significa mi mundo entero –le confió el abuelo al oído.

Paco le dió un beso y otro fuerte abrazo. 

Al llegar la noche, la familia de Paco se reunió para cenar. El padre y la madre cocinaron el platillo favorito de Paco. Cenaron junto a todos sus hijos. El padre notó que Paco estaba ansioso. De hecho, el muchacho terminó rápido su platillo, y como una bala subió por las escaleras para encerrarse en su cuarto.

Paco no quitaba la vista del reloj situado en el buró al lado de su cama, hasta que poco a poco se le fueron cerrando los ojos por el cansancio acumulado a lo largo del día. Pero su determinación por presenciar la llegada de las doce lo mantuvo en vilo. La luz suave de la lámpara de la sala iluminaba su rostro, mientras las sombras de la noche se extendían lentamente a su alrededor. El silencio reinante en la casa solo lo interrumpía el tictac constante del reloj, que palpitaba en el dormitorio como el latido de un corazón desbocado. A pesar del agotamiento, Paco no quería rendirse al sueño, aferrado a la promesa de lo que sucedería cuando llegara la media noche.

Después de haber desaprovechado un día lleno de alegrías, buenas noticias y gente valiosa, con un suspiro resignado Paco terminó por sucumbir al cansancio y se dejó llevar por el sueño que lo reclamaba con dulzura. El reloj continuó su marcha inexorable, marcando el paso de las horas mientras él dormía ajeno al transcurrir del tiempo. 

Cuando por fin abrió los ojos, el sol que se filtraba por la ventana anunciaba el nuevo día. Con un sobresalto se dio cuenta de que faltaba otra larga jornada hasta que el reloj volviera a marcar las doce.