XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Cabinas telefónicas 

Jaime Capapé, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

Mis abuelos son, sin duda, un pilar fundamental en mi vida. Ir a visitarlos, a pesar de que casi siempre me distraigo con los cuadros que hay colgados en su salón, conlleva escuchar a mi abuelo hablar sobre su niñez, adolescencia y juventud. Mi última visita no fue como en otras ocasiones: me quedé cautivado al oírle hablar de las cabinas telefónicas.

Nos insistió acerca de que es más importante –cuando quieres comunicarte con alguien que no está a tu lado– hacer una llamada que enviar un correo electrónico o un mensaje de texto, sobre todo si el contenido es personal. Hace años, me aseguró, si se encontraba en la calle con la necesidad de realizar una llamada urgente buscaba una cabina de teléfonos, sacaba unas monedas del bolsillo, las introducía por una ranura y marcaba el número consiguiente.

Me contó, al recordar su vida, cómo de largas podían llegar a ser las colas que se formaban ante una cabina y lo que le frustraba, una vez iba a llegarle el turno, que quien tenía el auricular alargase en exceso su llamada. A veces fue testigo de la emoción de quien se comunicaba con un familiar para informarle de una mala noticia. Llegó a presenciar cómo le saltaban las lágrimas a ese ciudadano anónimo. Era entonces cuando mi abuelo se daba cuenta de cómo las cabinas estrechaban los lazos que unen a las personas.

Tanto para él como para millones de españoles, las cabinas fueron en su momento muy provechosas, y se agradecía que pudieran encontrarse con tanta facilidad. Probablemente han sido muy relevantes para el progreso de la comunicación telefónica. Entre otras cosas, facilitaron la vida a la gente que no disponía de una línea fija en casa.

Las nuevas generaciones somos incapaces de imaginarnos el papel que jugaron las cabinas telefónicas que salpicaban las calles de ciudades y pueblos. Nos mareamos solo con pensar lo que podría significar que hoy no existieran los terminales móviles, pues con ellos no solo hacemos llamadas inmediatas desde cualquier lugar, sino que buceamos en las redes sociales, hacemos la compra o sacamos una foto para mandársela a nuestra tía Celestina. Con el móvil se ha perdido la tradición de escribir cartas a la novia y de salir bajo la lluvia de camino a la cabina, para llamar a un radiotaxi.

Es una pena que se vaya a liquidar este invento a causa de una sociedad que lo quiere todo en uno: comunicación telefónica, acceso a internet, entrada en las redes sociales, disposición de videojuegos y de televisión en línea. Por eso envidio aquellas cabinas de las que habla mi abuelo, que solo servían para hacer llamadas. Quizás es que el resto de los servicios del móvil sean distracciones innecesarias. Quizá nos bastaría con tener lo imprescindible.