XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Angelina 

María Alejandra Pereyra, 16 años

Colegio Santa Margarita (Lima, Perú)

Cuando yo tenía tres años de edad nació mi hermana Angelina, a quien los doctores vaticinaron no más de un mes de vida. Sin embargo, en marzo cumplirá trece años.

Angelina llegó al mundo con una condición genética desconocida, que no le permite procesar nutrientes de manera adecuada. Tampoco puede masticar, hablar ni caminar. 

Muchas personas, al conocerla, comentan que la vida de mi hermana «no es vida», y que se compadecen de ella de forma lastimera con un «pobrecita». Son comentarios que no se acercan a la realidad. Creemos que vivir es poder caminar, hablar, bailar y demás acciones físicas. Pero Angelina me ha enseñado que no son necesarias para hacer de la existencia una vida auténtica. 

¿Qué es una vida sin risas, llanto, dolor, emoción o amor? Es decir, de qué me sirve poder bailar si no lo voy a disfrutar, o para qué caerme si no lo voy a sufrir. La vida es más que una suma de acciones físicas; también se compone de sentimientos y emociones. La vida tampoco es una línea recta de felicidad constante. Es como una montaña rusa, con altos y bajos, con momentos de felicidad y de tristeza. 

Angelina me enseña a vivir cada día, a pesar de que permanece constantemente en una cama. Ella me enseña que con lo poco que físicamente es capaz de hacer,  pues vive la vida a su manera con enorme dignidad. 

Cada mañana, apenas entro en su cuarto me sonríe y, de una peculiar manera, me intenta abrazar con sus delgadas piernas, la parte del cuerpo donde tiene una mayor movilidad. Durante el día disfruta con sus programas favoritos de televisión, como son los dibujos animados de Mickey Mouse o las escenas de Elmo, una marioneta encantadora. Si no le ponemos el capítulo que quiere ver, expresa su inconformidad mediante gruñidos y gritos. Además, cuando mi madre le hace cosquillas ríe sin cesar. Juega mediante delicadas patadas –que se asemejan a caricias– con nuestra perrita Nala, quién adora subirse a su cama para lamerle el rostro. 

Angelina demuestra su amor hacia su familia mediante intentos de besos, risas y abrazos peculiares. También llora cuando le duelen la cabeza o el estómago, y sé que me extraña cuando yo no estoy en casa: lo expresa cuando la saludo y, en vez de abrazarme, me ignora por unos minutos, como dándome un castigo por mi ausencia. Luego gruñe y me patea débilmente con sus piernas para, finalmente, con las mismas, abrazarme.

Mi hermana se esfuerza durante las terapias físicas y de lenguaje que mejoran su calidad de vida, y poco a poco lograr mayor control sobre la musculación de sus extremidades. Claro, no siempre lo disfruta; cuando está agotada se queja, pero aún así continúa y hace lo posible por dar todo de sí misma con el propósito de avanzar. Se le antoja saborear un poco de fudge de chocolate de las tortas de cumpleaños y su rostro se ilumina con su dulzor y se ríe intensamente. 

Cuando llega una adversidad, ella lucha. Hace unos años, por el descuido de una enfermera se cayó de la cama, lo que le produjo la fractura del fémur de su pierna derecha. En consecuencia, estuvo internada en el hospital durante más de dos meses. Aunque tuvo que realizar nuevas terapias adicionales de rehabilitación, y a pesar de que se encontraba lejos de casa, salió adelante, cuando el pronóstico médico no era favorecedor. Tras la estancia en la clínica, permaneció con clavos en el fémur durante más de dos meses. Ahora controla sus piernas mejor que antes del accidente, lo cuál es admirable por ser resultado de su esfuerzo. 

Angelina sí tiene una vida digna y feliz. A pesar de que muchos la compadezcan de forma lastimera, no conoce la vida de otra manera. Es decir, la disfruta a su modo, distinto al de la mayoría. Sin pretenderlo, me enseña a que debo luchar para vivir y no conformarme con una simple existencia.

A pesar de que disfruto de mayores facilidades que ella, he deseado rendirme innumerables veces. Angelina, al contrario, ha crecido a base de pequeños pasos que han sido imprescindibles, como cuando aprendió a tragar ciertos alimentos licuados, a expresar sus sentimientos para que lográramos entenderla, a hacer amigos en sus terapias, a soplar las velas en su cumpleaños y otros logros que para ella son grandes avances. De esta manera, nos enseña que debemos pelear por cumplir aquellos objetivos que merecen la pena, como mejorar las calificaciones en la escuela, hacer nuevos amigos, superar marcas deportivas, etc. 

Espero seguir aprendiendo más y más de mi hermana, especialmente a no dejarme vencer por las adversidades. A pesar de que me encontraré con momentos altos y bajos, por ella sé que no hay motivos suficientes para perder la carrera.