XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

Try 

Jorge Ayerra, 16 años

Colegio Gaztelueta (Vizcaya)

–Anímate, mi pequeña –su padre extendió el brazo y la mano¬–. Puedes escoger la habitación en la que montar tu dormitorio.

–¿Y los hermanos? –le preguntó Elisa, que era la pequeña después de cuatro hijos.

Aquello era una deferencia que su padre había decidido tener con ella, pues sabía que a su hija le entristecía abandonar el piso en el que habían vivido hasta entonces, pues tenía buenas amigas en el vecindario.

Elisa deslizó su mano derecha, acariciando con delicadeza la barandilla de aquellas escaleras recién barnizadas. La mansión era preciosa, opinaba María, su madre. Sin embargo, a la pequeña, que tenía apenas siete años, le parecía una vivienda anticuada y sin encanto. Su padre la había adquirido a muy buen precio, en aquellos tiempos en los que el corazón de la ciudad se había vuelto imposible incluso para los bolsillos más acaudalados. 

–Se trata de una oportunidad que nos brinda el destino –comentó con su familia una vez firmó el contrato de compraventa–. Ya no cabemos en este piso. Son doscientos metros para ocho personas, vosotros cinco, vuestra madre y yo, y nuestra cocinera. Necesitamos comenzar una nueva vida.

Elisa recorrió la casa varias veces. Aunque todo era hermoso, no terminaba de convencerla. Subió, bajó, volvió a subir… hasta que descubrió una puerta cerrada por la que aún no se había internado. Tomó el pomo y tiró, pero la puerta le ofreció resistencia durante unos instantes, hasta que finalmente cedió. 

Unas escaleras ascendían en penumbra. Sin miedo, Elisa comenzó a subir peldaño tras peldaño, apoyándose en la pared. Sintió la negrura caer sobre sus hombros, o tal vez fuera el polvo suspendido en el aire. Tanteando a ciegas, se topó con otra puerta. La abrió sin vacilar y se quedó maravillada.

Lo que esperaba fuera un desván, resultó ser una estancia amplia y llamativamente limpia. Una cama con dosel se alzaba junto a un ventanal. Más allá, unos pequeños sillones miraban hacia una chimenea de piedra. Las paredes estaban revestidas por estanterías repletas de libros. 

—Veo que ya has encontrado tu dormitorio –le habló su padre a la espalda.

Elisa se giró y lo abrazó con fuerza; él la levantó en brazos.

—¡Gracias! –exclamó–. Es un sitio precioso, el mejor de la casa. Además… seguro que me dejarás tener un perrito —concluyó con la alegría ingenua que solo los niños pueden pronunciar.

El hombre se rio.

—Tengo una sorpresa para ti, Elisa.

Le indicó que mirara por la ventana. La niña se llevó las manos a la boca, incrédula, pues su madre y sus hermanos jugaban en el jardín con un cachorro.

—¿Es nuestro? —preguntó con las mejillas ardiendo de emoción.

Su padre asintió. En ese instante, algo cambió en el corazón de Elisa, pues, aunque siempre había tenido una relación cercana con él, creía que sus hermanos eran la prioridad de su padre.

Apenas puso un pie en el jardín, corrió hacia el cachorro y lo acunó como si fuera una de sus muñecas.

—Te llamarás Try —anunció para que toda la familia la escuchara.

A sus hermanos aquel nombre no pareció hacerles gracia. Las caras de decepción hablaron por sí solas. Tal vez no fuera el más adecuado. Tal vez ella tampoco era la más adecuada para tomar semejante decisión. Pero a Elisa no le importó, convencida de que hay nombres que no parecen importantes, hasta que se vuelven hogar.