XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

El capitán 

Marta Martí, 16 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Un bergantín surcaba el océano bajo los rayos de luna que se filtraban a través de las nubes. Sus velas henchidas lo hacían galopar sobre la espuma, sin disimular el negro pabellón que ondeaba en lo más alto y que mostraba desde lejos una amenazante calavera. 

Tres marineros, que apestaban a sudor y a ron, acababan de maniatar a un grupo de niños al pie de los mástiles.

–Son órdenes del capitán –repitió uno de los piratas entre sonoras risotadas que dejaban al descubierto sus encías, apenas decoradas con un par de dientes amarillentos.

–Apretémosles bien fuerte –dijo otro, mientras tiraba con ahínco de uno de los cabos con los que les habían inmovilizado las manos–, que estas lagartijas saben mañas para destrabarse.

Entre aquellos niños había tres hermanos, que luchaban para entrelazar sus manos en busca de consuelo. La mayor, una muchacha de doce años, de rostro albo y pecoso, tenía los ojos encharcados en lágrimas. De cuando en cuando le echaba un vistazo a un chico al que los piratas habían amarrado a la borda. La determinación estaba reflejada en su joven rostro, que mantenía la mirada clavada en la de su enemigo.

–Este es un juego demasiado retorcido, incluso para ti –le dijo al malvado.

El capitán lo observó divertido antes de que una profunda carcajada saliera de su garganta, como el trueno que anticipa una tormenta. 

–Te equivocas, mocoso. Puedo ser aún más malvado.

Se irguió en toda su estatura mientras miraba con desdén al chico. Sus ojos centelleaban de arrogancia al pensar en que, por fin, su plan había funcionado.

***

La tripulación desembarcó en absoluto silencio. Dejaron atrás la playa y se adentraron en el bosque. Al cabo de unos minutos llegaron al campamento, en donde otros niños permanecían dormidos en sus cabañas, situadas en lo alto de los árboles.

Poco a poco, los piratas los rodearon y se abalanzaron sobre ellos para llevárselos presos. Antes amordazaron a algunos para que no pudieran gritar, pero el alboroto terminó por despertar al resto. Algunos de los pequeños agarraron sus armas y cargaron contra sus agresores, en un intento desesperado de defenderse. El bosque se convirtió en un campo de batalla.

En medio del caos, el capitán avanzó decidido hacia su enemigo, que intentaba, junto a otro chico, librarse de un marinero. Cuando se puso justo detrás de ellos, alzó el garfio que tenía por mano derecha y lo hundió entre los omoplatos de Rufio, que cayó abatido al instante. Peter se giró, alterado, y contempló el cuerpo de su amigo, que yacía sin vida en el suelo.

–Me he cobrado la vida de muchos esta noche –presumió el capitán–. ¿Quieres que derrame más sangre?

La batalla se detuvo y los niños apresados fueron conducidos al Jolly Roger.

***

Garfio sonreía con sorna frente a la escena que se desarrollaba ante él: los niños lloraban la muerte de sus compañeros. Si estaban desesperanzados y derrotados, lo más importante era que Peter Pan estaba acabado. 

El pirata elevó su garfio y rozó la mejilla derecha del chico, de la que brotó un hilo de sangre. 

–Llevo mucho tiempo deseando acabar contigo –le soltó con odio.

–¡Oh! Morir será una gran aventura –concluyó Peter.

Garfio lo agarró por la camisa y lo elevó unos centímetros por encima del suelo, hasta ponerlo a la altura de sus ojos, desbordantes de una euforia enfermiza. Acercó el rostro del chico al suyo para susurrarle algo al oído:

–Entonces, estoy dispuesto a asegurarme de que esta sea la última vez que tus ojos contemplen este mundo

El capitán dejó caer a Peter Pan hacia un oscuro abismo bajo las profundidades del océano, por el que descendió como un ángel desde el cielo. La tripulación enmudeció y los niños intentaron ahogar sus gritos. Wendy rompió a llorar desconsoladamente.

Los piratas quedaron a la espera de una nueva orden del capitán, pero este no les prestó atención, pues mantenía la mirada fija en el punto exacto por el que había lanzado a Peter al mar. Unos signos de terror comenzaron a aparecer en su rostro, ya que se había dado cuenta de que algo faltaba en la ejecución de su plan: el sonido que hace un cuerpo al impactar en el agua.