XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

El baúl 

Jorge Ayerra, 16 años

Colegio Gaztelueta (Vizcaya)

Ariadna sostenía con firmeza la libreta de tapas duras mientras seguía a su abuela por el estrecho sendero flanqueado por cerezos. Era la primera vez que visitaba el campo sin sus padres, y aunque intentaba no demostrarlo, le dolía el pecho.

La casa de su abuela estaba a las afueras del pueblo, en lo alto de una colina. Tenía la fachada de piedra cubierta de hiedra, y un columpio colgaba de la rama de un roble en el jardín. A Ariadna no le gustaban los lugares donde los suelos crujen por las noches ni las casas que huelen a leña. Prefería los techos altos del apartamento, los ruidos del tráfico o el ascensor que siempre tardaba una eternidad en llegar.

—Te va a gustar —insistió la abuela—. A esta edad, las cosas nuevas suelen dar miedo, pero fíate de mí.

La muchacha no respondió. Solo apretó más fuerte su libreta, como si las hojas pudieran protegerla.

Pasaron el día entre recetas y cuentos antiguos. Su abuela hablaba poco, pero cuando lo hacía, cada palabra parecía tener más años que ella. Por la tarde, le ofreció la buhardilla para dormir. Nadie subía allí desde que su abuelo murió.

Ariadna trepó los escalones con curiosidad. El techo era bajo y las ventanas pequeñas, y una lámpara antigua proyectaba sombras danzantes sobre las paredes. Al fondo, un baúl gastado, sin cerradura, con una mancha de tinta en la tapa. Lo abrió. En su interior encontró cartas, cientos de cartas. Algunas aún cerradas. Otras apenas legibles. Todas firmadas con un mismo nombre: Lucía.

Ariadna leyó una; luego otra; todas. Supo entonces que su abuela había tenido una hermana. Supo también que no siempre estuvieron juntas.

Al bajar al salón llevaba los ojos brillantes.

—¿Por qué nunca me hablaste de ella? –le preguntó.

La abuela tardó en responder.

—Porque, a veces, uno guarda lo que más duele en el lugar más alto, esperando que alguien, algún día, lo encuentre.

Ariadna regresó a la buhardilla esa noche y escribió en su libreta:

“Hay historias que, aunque no son nuestras, nos pertenecen.”

Por primera vez en semanas, se sintió menos sola.