XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

Donde duermen
los nombres

Cristina Elias, 15 años

Colegio La Vall (Barcelona)

En un rincón olvidado del archivo municipal, cubiertos de polvo y silencio, duermen los nombres. Apuntados con letra precisa, esperan encerrados en tinta sobre papel amarillento. Son nombres de recién nacidos, de jornaleros, de mujeres que firmaron con una equis, de muertos en guerras que nadie recuerda. Esperan a que alguien los lea, los piense, los pronuncie en voz alta. A que alguien los rescate. Porque los nombres son anclas contra el olvido.

Nos enseñan que una persona existe legalmente cuando su nombre entra en un registro, y que deja de existir para la administración cuando se tacha del mismo. Entre ambos extremos hay una vida, una historia: una mujer que un día lloró por amor; un niño que aprendió a andar descalzo en un patio de tierra; un anciano que se sentaba cada tarde a mirar cómo cambiaba la luz sobre una pared blanca. Como digo, detrás de cada nombre hay una historia aunque nadie la recuerde, aunque no aparezca reseñado en Wikipedia, ni en los libros ni en la placa de una calle.

Algunos nombres siguen pronunciándose. Otros se deshacen. Pero incluso los más desgastados por el tiempo conservan su peso, su raíz. Aunque estén olvidados, siguen dormidos en alguna esquina de un archivo, de un cementerio, de una lista.

Es fácil pensar que lo que no se recuerda no existió. Pero no es verdad. Hay miles de vidas que fueron, aunque no sepamos nada de ellas. Fueron reales en sus gestos, en sus palabras, en su miedo y su risa. Lo único que queda de ellas, a veces, es un nombre sin contexto. Y aún así, es suficiente para saber que estuvieron aquí. Por eso los nombres importan, porque nombrar es reconocer, y reconocer es, a veces, el primer paso para reconstruir.