XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Bajo el fuego
Marta Martí, 16 años
Colegio La Vall (Barcelona)
María corría lo más rápido que le permitían sus cortas piernas. A su alrededor parecía haberse desatado el mismísimo infierno. Una luz anaranjada se cernía sobre ella.
Intentó llegar al final del pasillo para escapar de las llamas. Su corta melena castaña se le pegaba a la nuca por culpa del calor sofocante, y sus ojos se le habían enrojecido a causa del humo, dificultándole la visión. Se retiró el pañuelo verde que envolvía su cabeza y se lo puso en la cara, tapándose la nariz y la boca.
El fuego empezaba a consumir las alfombras, los muebles, los cuadros… María sintió un golpe de tristeza al comprender que las llamas iban a calcinar su hogar como la culpa calcinaba su conciencia, pues sabía que aquello podría haberse evitado si hubiera sido más cuidadosa.
Estaba secándose el pelo cuando una amiga la llamó por teléfono. Fue a atenderlo, olvidándose de desconectar el secador y sin prestar atención a un vaso de agua que hacía equilibrios sobre el borde del lavabo. Al salir del cuarto de baño, María lo derramó sin querer, provocando una lluvia de chispas que prendieron fuego a la alfombrilla. Al no haber nadie presente, las llamas se propagaron como una enfermedad silenciosa que no se detecta hasta que se ha apoderado de casi todos los órganos del cuerpo.
Cuando se percató del desastre que la rodeaba, era demasiado tarde. María solo podía huir hacia la puerta principal para no ser pasto de las llamas, o jamás volvería a ver la luz del sol.
Apretó la carrera, tratando de evitar los muebles que habían comenzado a quemarse. Cuando llegó al final del pasillo, abrió la puerta y se dispuso a bajar por la escalera; no tenía otra salida. Armada de valor, se quitó el pañuelo que le protegía el rostro, inhaló una gran bocanada de aire mezclado con humo, tosió, volvió a inhalar y, de un brinco, se dejó tragar por el abismo.
La madera crujía bajo sus pies, delatando la fragilidad de los peldaños tiznados. Intentó hacer caso omiso a esos detalles mientras descendía piso abajo. Pero cuando su pie tocó el suelo de la planta baja, un fuerte estruendo recorrió la casa. El suelo de la primera planta, justo donde había estado instantes atrás, se derrumbó, provocando una gran ola de humo. El rostro se le volvió pálido. Intentó gritar, pero de su garganta no salió sonido alguno. La única alternativa que le quedaba era abandonar la casa antes de que las llamas la engulleran junto con todo lo demás.
Al intentar retroceder hacia la salida, una viga se soltó del techo y la golpeó en la cabeza. Todo comenzó a dar vueltas a su alrededor. Notaba como la sangre se deslizaba por su rostro. Sus pasos eran vacilantes, como si sus piernas sufrieran una pesadez implacable. La vista comenzó a nublársele. Todo parecía bailar una danza, una melodía que la invitaba a dejarse llevar por la inconsciencia. Ya no distinguía entre las paredes y el techo.
De repente, se encontró tumbada en el suelo y notó cómo su mente iba alejándose cada vez más de la realidad. Iba a perder la consciencia cuando percibió unos pasos que atravesaban las llamas y unos brazos que la elevaron.
Su hermano se encontraba a su lado. Lo primero que hizo al ver que seguía viva, fue mirarla con alivio. Estaba exhausto, con unas leves quemaduras en sus brazos. La camiseta que llevaba había quedado ennegrecida.
María alzó el rostro con una mueca del dolor. Entonces su hermano la envolvió con sus largos brazos y la acunó con ternura. Con una sonrisa burlona le dijo:
–Sabes que quiero que nos mudemos a una casa más grande.
María soltó una carcajada mientras le propinaba un pequeño codazo en el estómago. Ambos se quedaron así un rato, haciendo pequeñas bromas e imaginando su nuevo hogar, que tendría con un jardín en el que tumbarse para mirar las estrellas. Joan se puso serio por un momento y comentó:
–Por cierto, nos irían de perlas un extintor y una alarma de incendios.