XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El último movimiento 

Laura Wizner, 16 años

Centro Zalima (Córdoba)

–Soplada por no comer –le dijo Natalia a su abuelo, en mitad de la partida de damas, en una nueva y cálida noche de verano. 

–Esta vez no te he dejado ganar –contraatacó el abuelo a su nieta, que entraba a la adolescencia. 

Natalia casi nunca conseguía vencerle, pues no comprendía el dichoso movimiento con el que Juan se hacía dueño del tablero.

–¿Por qué no me ha comido la ficha? –fue la pregunta que se hizo la chica durante varios días. Sabía que aquella errónea jugada por parte de su abuelo, había conseguido que ella lo derrotara–. No tiene sentido; él nunca usa esa estrategia.

–¿Abuelo, quieres la revancha? –le preguntó Natalia al verlo salir de la piscina comunitaria. 

Juan aceptó. Como era de costumbre, nada más terminar de comer se dispusieron a jugar. 

A la nieta le llamó la atención que le preguntara constantemente por el movimiento que ella acababa de realizar. Fue entonces cuando la cabeza lógica de Natalia empezó a elucubrar posibles diagnósticos: intuía que su abuelo no estaba bien. 

Días después, su madre la llamó para que acudiera al salón junto a su hermana.

–Papá y yo tenemos que hablar con vosotras.

Inseguros, ambos comenzaron a balbucear, hasta que el padre respiró hondo y anunció:

–Al abuelo le han diagnosticado un cáncer.

La hermana mayor, aspirante a estudiar Medicina, comenzó hacerles preguntas sobre los síntomas, el tipo de sarcoma y su gravedad, mientras Natalia pensaba acerca del tiempo de vida que le podía quedar.

–Eso no lo sabemos, cariño –pronunció su madre a la vez que intentaba tranquilizarla con un abrazo.

A partir de entonces, la familia vivió pendiente de Juan, de los signos de su enfermedad y de las consecuencias del duro tratamiento. 

En septiembre el abuelo tenía cita con el médico. Esperaban una mejora en el diagnóstico, pero el oncólogo les anunció que el paciente había empeorado. A partir de entonces se hicieron habituales los ingresos en el hospital. En unas semanas, comenzaron a aguardar el desenlace.

Llegó noviembre. Juan estaba ingresado, con pocos momentos de lucidez. Los padres llevaron por última vez a las nietas a la habitación. Querían que se despidieran de él. 

La mayor de las hermanas entró primero, y tras unos minutos pasó Natalia. Al verlo, esta se sobrecogió ante el deterioro del abuelo.

–¿Vas a dejarme que te gane una segunda vez? –pronunció la adolescente para animar al enfermo, que se encontraba intubado.  

Juan volvió los ojos hacia ella y dibujó un amago de sonrisa.

–Ya he hecho todos mis movimientos –le contestó de manera entrecortada, pues le costaba respirar.

Falleció unas horas después.

Ante el funeral, la abuela solicitó a sus nietas que escribieran unas palabras de despedida, para que las leyeran después de la misa. 

La iglesia se encontraba llena de fieles. En cuanto el cura le hizo un gesto, Natalia subió al ambón y desplegó una hoja.

–Abuelo –leyó–, ansiaba ganarte una partida de damas, pero intuí que aquella victoria no significaba nada bueno. Perdiste… y yo te perdí. Debimos pensar mejor aquel último movimiento.